En Tiempos de Cisneros

ROA, VILLA REALENGA Y DE SEÑORÍO

El presente fragmento de la Historia de Roa y otros textos de interés utilizados para esta exposición conmemorativa, han sido extraídos del libro “Crónicas Raudenses”, escrito por Juan Antonio Casín Zapatero. Toda esta información está enmarcada en el periodo comprendido desde 1436 hasta 1517, para hacerla coincidir en el tiempo con los relatos de la vida de Gonzalo Ximénez de Cisneros.
Hacia el año 1436, reinando Juan II de Castilla, nació en Torrelaguna Gonzalo Ximénez de Cisneros, llamado después Fray Francisco Jiménez de Cisneros y más conocido como el Cardenal Cisneros. En 1517 murió en Roa, siendo Regente del Reino de España, esperando la llegada del nuevo rey Carlos I.

LA VILLA DE ROA EN EL SIGLO XV

El Príncipe se casa y vuelve a la Ribera

En septiembre de 1436 se concertaron los esponsales entre el Príncipe de Asturias, D. Enrique, y la Infanta Dª Blanca de Navarra. A la novia se le daba en dote las villas de Medina del Campo, Olmedo, Aranda y Roa, además del Marquesado de Villena. Asimismo, en los cuatro primeros años de matrimonio, el rey de Navarra percibiría la renta de estos lugares. Por último se estipulaba que, en caso de que el Príncipe no tuviese hijos de este matrimonio, estas villas tornarían a la Corona de Castilla.
A principios del nuevo año 1437, el rey don Juan II se hallaba en Guadalajara con intención de viajar a Roa para ordenar lo establecido en las capitulaciones matrimoniales del Príncipe, antes mencionadas, así como para organizar el séquito y acompañamiento de éste.
Tras varios retrasos a causa de un fortísimo temporal de nieve y frío, llegó a nuestra villa, donde permaneció desde el 22 de febrero hasta el 4 de Marzo. Durante aquellos días en Roa dio su parecer el Obispo de Osma D. Pedro de Castilla, debido al parentesco de los contrayentes. Desde Roa, la comitiva, compuesta por los Reyes, El Condestable D. Álvaro y su hermano D. Juan, Arzobispo de Toledo, se dirigió al Burgo de Osma, donde quedó el rey, siguiendo el Príncipe hasta Alfaro, donde celebró sus esponsales.
La boda fue oficiada por D. Pedro, Obispo de Osma. Dado que ambos contrayentes contaban solo doce años y siguiendo la costumbre en tales casos, fueron separados durante tres años para que, al cumplir los quince, pudiesen consumar su matrimonio.
Vuelto el recién casado D. Enrique, le esperaba su padre Juan II en Aranda y juntos tornaron a Roa el 12 de marzo. A la semana siguiente se les unió la reina. No obstante, en vista de que aquí empezaba a sentirse la peste, se dirigieron provisionalmente a Torregalindo para regresar a Roa poco después. Y dado que la epidemia no remitía, marchó la familia real desde Roa a Valladolid el 29 de abril.
Hallándose en Medina del Campo, el 13 de agosto de 1437, el Rey ordenó la prisión del Adelantado Pedro Manrique tras lo cual fue trasladado, con doscientos jinetes, a la fortaleza de Roa, donde no se le puso prisión alguna y se le permitió ir de vez en cuando a cazar. No olvidaba que había sido uno de los implicados en su secuestro de Tordesillas en 1420. Este hecho, empero, desagradó a los partidarios de que el Rey separase de su lado a D. Álvaro de Luna, por lo que volvieron a arrimarse a los Infantes de Aragón.

La Consagración del Obispo Lope de Barrientos

El 3 de abril de 1438 el Rey llegó nuevamente a Roa, procedente de Arévalo. Previamente mandó trasladar al Adelantado, preso en nuestra villa, a la fortaleza de Fuentidueña. El Adelantado y su familia lograrían fugarse de esta prisión de Fuentidueña a finales de agosto, tras lo cual el rey hará un llamamiento a todas las ciudades y villas del reino.
Los Reyes solo se ausentaron de Roa unos días, desde el 26 de abril hasta el 6 de mayo, en que estuvieron con el Condestable en Castilnobo, lugar suyo, para celebrar una gran fiesta el 1º de mayo. Tras ello regresaron a Roa, donde esperaba el Consejo del Reino.
En Roa continuó la Corte todo aquel mes de mayo destacando, entre las actuaciones del Rey, el ordenamiento y señalamiento de su valor de las monedas que por entonces circulaban por sus estados.
El día 25 falleció en nuestra villa D. Juan Martínez de Luna, hermano del famoso Papa Luna, D. Pedro de Luna (Benedicto XIII) y primo del Condestable D. Álvaro de Luna. Era conde de Morata señor de Illueca y Gotor. Se hicieron solemnes honras por un buen caballero.
Al domingo siguiente, que fue de Pentecostés, día 1 de junio de 1438, tuvo lugar en Roa un importante evento: fray Lope de Barrientos fue consagrado como Obispo de Segovia. Asistieron los Reyes, Príncipe, Condestables y grandes del Reino. El Obispo consagrante y padrino de la ceremonia fue el titular de Osma, D. Pedro de Castilla.
En realidad ya había sido preconizado obispo el día 1 de marzo. Este nombramiento tenía una finalidad política por cuanto el Rey deseaba asegurarse la colocación de Barrientos, que era ya confesor suyo y tenía encomendada la educación del Príncipe. Este dominico, además fue nombrado Canciller Mayor de Castilla y su faceta de escritor la desarrolló en una crónica sobre el reinado de Juan II así como en tratados de filosofía.

Exención de pechos y tributos

Una de las grandes fechas de la Historia de Roa es, sin duda, el 13 de marzo de 1446. Ese día el rey Juan II y su hijo el príncipe Don Enrique, desde Segovia, confirmaron los privilegios que los reyes, sus antecesores, tenían dados a Roa.
Pero es que, además, otorgaron otro importantísimo privilegio por el cual se hacía a sus vecinos francos y exentos de pedidos, moneda, servicio y colaborar en la reparación de puentes ajenos.
Privilegio confirmado por Enrique IV en 27 de abril y 15 de julio de 1456; por los Reyes Católicos en 1476, por la reina Doña Juana en 1511; por Felipe II en 1563, por Felipe III en 1602, por Felipe IV en 1622, por Carlos II en 1680 y por Felipe V en 1705 y 1711.

El Rosario de mi madre

Los príncipes D. Enrique y Dª Blanca se divorciaron en 1443, a los seis años de casarse, con el pretexto de no haberse consumado nunca el matrimonio, motivo por el que el príncipe ha pasado a la Historia con el sobrenombre de El Impotente. No obstante, la confirmación de Roma no llegó hasta 1453.
Al hilo de este hecho un autor desconocido redactó en 1808 una Historia de Roa, en la que refiere que los trece roeles blancos del escudo de Roa son alusión y recuerdo de las arras del matrimonio de D. Enrique y Dª Blanca y que el color azul señala la pureza de la reina, conservada aún después de haber estado casada.
Una vez divorciados, Juan de Navarra, padre de Dª Blanca y del futuro Fernando El Católico, hubo de devolver al rey D. Enrique las villas dadas en dote al casarse éste: Medina, Roa, Olmedo, Cuéllar y Aranda, cosa que efectuó el 4 de marzo de 1455. A cambio el castellano le daría cuatro cuentos de maravedís.
En lo que respecta a Roa, algunas de sus rentas eran las siguientes:

Del Realengo al Señorío

Don Beltrán de la Cueva nació en Úbeda hacia 1440. Su famosa carrera de rápidos ascensos comenzó cuando logró entrar en la Corte como paje de lanza en 1456 y continuó con hitos como Comendador de Uclés (1459) y miembro del consejo del rey (1461). Al año siguiente se le concede el título de conde de Ledesma. Ya es el favorito real, desplazando al Marqués de Villena, Juan Pacheco.
También en 1462 nace la infanta Doña Juana, mientras que Don Beltrán es nombrado Maestre de Santiago. Este importante ascenso supone un conflicto en la Corte y se da en decir que tantas mercedes se deben a su supuesta paternidad sobre Juana.
Enrique IV se ve obligado a que Don Beltrán renuncie a dicho cargo y se retire de la Corte. En compensación al conde de Ledesma le son entregadas las Villas de Anguix, Cuéllar, Roa, La Codosera, Aranda, Molina, Atienza, la tenencia de Peñalcázar (Soria), así como la tenencia del castillo y fortaleza de Soria, a finales de 1464.
Le dio, además, la villa de Alburquerque (Badajoz), con el título de Duque, modo en que se le suele conocer.
Como paso previo, el 21 de noviembre de dicho año, el rey le otorgó merced de dos cuentos de 450.000 mrs. anuales de la moneda que corriese, por juro de heredad, en las alcabalas y tercias de Cuéllar, Roa, Molina, Atienza y Salamanca.
Además, al mes siguiente el rey ordenaba a Diego Cabeza de Vaca, recién nombrado alcaide de la fortaleza de Roa, que hiciese entrega de dicha fortaleza a Beltrán de la Cueva, por haberle hecho merced de la misma.
Finalmente el 23 de diciembre de 1464, desde Segovia, se formalizó todo: Enrique IV otorgó a Don Beltrán de la Cueva merced de la villa de Roa, su castillo, fortaleza, vasallos, rentas y jurisdicción, acatando los muchos y señalados servicios que le hacía y había hecho.
Esta donación fue confirmada por los Reyes Católicos en Segovia el 22 de febrero de 1475. Por su parte Juan II de Aragón, padre de Fernando el Católico, también dio el visto bueno a esta donación, agradeciendo así los servicios prestados por Don Beltrán a su hijo.

Mercado y dos ferias

En este ambiente de concesiones a Don Beltrán, el rey Enrique IV quiso que la villa de Roa tuviese un mercado franco los martes de cada semana, así como dos ferias anuales de quince días cada una, declarando los miércoles correspondientes como días francos. La primera que comience el primer domingo siguiente al de Resurrección y la otra feria el domingo primero después de San Martín.
Los días francos establecidos quedaban exentos de pagar alcabala alguna de las cosas y mercaderías, excepto para las carnes muertas y pescado remojado que se vendiere en la villa a peso y a ojo, y de todo el vino atabernado y del malcocinado, así como de las heredades que se vendieren y compraren.
Este privilegio fue dado en Toro el 20 de julio de 1465 y confirmado en Segovia el 23 de noviembre de dicho año. El texto se hallaba original en pergamino, con su sello de plomo, en el archivo de la villa.

¡Roa por Alfonso!

En junio de 1465 se produce la famosa Farsa de Ávila, en la que el rey Enrique IV es simbólicamente destronado, coronándose en su lugar al joven infante D. Alfonso, hermanastro del rey, con el apoyo del Marqués de Villena, el Arzobispo de Toledo y otros. De este modo la guerra civil ha comenzado.
En este contexto de diversas escaramuzas no decisivas llegamos a junio de 1467, en que el infante D. Alfonso tuvo noticias de que los de Roa se habían alzado a su favor y que combatían la fortaleza. Para ello solicitaba refuerzos a diversos lugares, manifestándoles que el mismo iría en persona para asegurar la sublevación.
En realidad, más que alzarse por Alfonso, lo que trataba la villa era de sublevarse contra su nuevo señor, D. Beltrán de la Cueva, debido a los manejos de un tal Juan de Avellaneda, noble originario de la comarca. No obstante enterado de ello D. Beltrán, partió rápido de Cuéllar y convenciendo al rey D. Enrique para que le acompañase, fortificó nuestra villa y aseguró la fortaleza, de tal manera que D. Alfonso no pudo tomarlas optando, en su lugar, por atacar Olmedo.
Al año siguiente (1468) Alfonso falleció en circunstancias no del todo claras. Aún no había cumplido los quince años.
En cuanto al rey Enrique IV, su hora le llegó el 11 de diciembre de 1474 sin dejar heredero claro. Parte de la nobleza castellana apoyó a su hija Juana La Beltraneja y parte a su hermana Isabel. El apoyo de Alfonso V de Portugal a Dª Juana convirtió esta crisis en una guerra, desarrollada en los cinco años siguientes y que terminó con la victoria de Isabel y Fernando.
Durante la pacificación efectuada por los Reyes Católicos tuvieron su lugar destacado dos artilleros: el maestro mayor, mícer Domingo Zacarías y un viejo raudense, Johan de Peñafiel.
Al comenzar el nuevo reinado, Don Beltrán buscó y consiguió asegurar las mercedes obtenidas. Además D. Fernando de Aragón, en reconocimiento por el apoyo prestado, hizo que su padre, el rey Juan I de Navarra y II de Aragón, renunciase a sus presuntos derechos sobre las villas, fortalezas y vasallos de Cuéllar y Roa.

Levantamiento contra el nuevo Duque de Alburquerque

Tras obtener tan importantes mercedes del rey, Don Beltrán fundó en 1472 el mayorazgo de Alburquerque a favor de su primogénito D. Francisco de la Cueva, en el cual se incluían las villas de Alburquerque, Ledesma, Cuéllar, Roa y Huelma. Al margen de ello sirvió a los Reyes Católicos con lealtad hasta fallecer en su villa de Cuéllar el 1 de noviembre de 1492.
Un hecho tan importante como poco conocido es que poco después los vecinos de Roa y su tierra se levantaron contra su hijo, el nuevo Duque de Alburquerque, y a favor de la Corona.
Todo sucedió en mayo de 1493, aunque los hechos no están claros del todo. En aquellos días y desde Barcelona, la duquesa viuda Dª María de Velasco celebró una concordia con su hijastro D. Francisco, primogénito del duque. Por esta conformidad D. Francisco cedería y daría en trueque la villa de Roa (que era de su mayorazgo) a cambio de la villa de Mombeltrán (que era del mayorazgo de D. Cristóbal de la Cueva, hijo de Dª María).
Bien es cierto que el viejo Duque ya había dado alguna muestra de magnanimidad, como el perdón a los pecheros de Roa de cierta cantidad de trigo que debía percibir, pero los habitantes de nuestra villa debieron considerar la nueva situación como claramente desfavorable.
El 9 de mayo de 1493 el Obispo de Oviedo, presidente de la Cancillería castellana ordenaba a los alcaldes de Corte y demás justicias “que guardasen el seguro a los vecinos de Roa, defendiéndoles de los Duques de Alburquerque”. Era alcalde Roa Juan Fernández de Castroverde, a quien también se le previno “que no agraviase a sus vecinos con impuestos injustos y que guardase, asimismo, el seguro que se había dado a los fiadores de dichos Concejos por todos los gastos que ocasionó su alzamiento”.
Al día siguiente se mandó a Juan Alonso de Toro, pesquisidor en Roa, que decidiese en la petición de los hombres buenos de dicha villa para buscar ciertos privilegios suyos guardados en un arca de la iglesia mayor. Sospechaban estos que, de no tenerlos más a mano, habría nuevos problemas. Los hubo de todos modos. Y no solo hoy, ni mañana…

LA VILLA DE ROA EN EL SIGLO XVI: UNA PEQUEÑA CORTE

El tránsito a la Edad Moderna en España lo marca la unión de las dos coronas más poderosas por el matrimonio entre Isabel y Fernando, que supuso en 1479 la unión de Castilla y Aragón. Este gran paso, tras siglos de desencuentros, se vio culminado con la conquista del Reino de Granada en 1492 y la anexión de Navarra en 1512.

La Duquesa de Roa

Cuando Dª María de Velasco y Mendoza quedó viuda de D. Beltrán de la Cueva, recibió el título de Duquesa de Roa durante los días de su vida hasta que, al fallecer en esta su villa el año 1509, retornó a la Corona. A propósito de dicho título hay historiadores que afirman que tal reconocimiento no existió o, al menos, no consta, y que si se le conocía así era por la tenencia de esta villa y por su condición de Duquesa viuda de Alburquerque.
Sin embargo, en 1646, el conde Siruela solicitó que se le restituyese el título de Duque de Roa por haberlo tenido su cuarta abuela, la mencionada Dª María de Velasco. No pudo recuperarlo.
Doña María mandó ser sepultada en la Capilla Mayor de la Colegial de Roa y fundó una memoria de misas rezadas, así como aniversarios y responsos.
El título de Conde de Siruela fue concedido por Enrique IV de Castilla a Juan de Velasco, Señor de aquella villa. Por el matrimonio de Leonor de Velasco, Señora de Siruela, con Cristóbal de la Cueva y Velasco, hijo del primer duque de Alburquerque, se constituye la Casa de Siruela y Roa, mediante la fundación de mayorazgo en 1519 a favor de su primogénito Juan de Velasco.

CISNEROS, REGENTE DE ESPAÑA, EN LA RIBERA DEL DUERO

ESTUDIOS Y PRIMEROS CARGOS

Nació el Torrelaguna (Madrid) en día y mes ignorados del año 1436, habiendo sido sus padres Alfonso Ximénez de Cisneros y Marina de la Torre. Le impusieron el nombre de pila Gonzalo, como uno de sus tatarabuelos.
Se cree que aprendió en Roa las primeras letras, -donde tenía un tío que era beneficiado de la parroquia de Trinidad, llamado Alvar Jiménez de Cisneros-, y que luego pasó a Cuéllar a estudiar gramática.
Después fue a Alcalá de Henares a estudiar Lengua Latina, y de aquí a la Universidad de Salamanca, donde se impuso en Filosofía, Teología y Derecho, obteniendo el grado de bachiller en Leyes. Decidió seguir la carrera eclesiástica y, en torno a 1460, marchó a Roma, donde obtuvo una de las bulas –llamadas expectativas-, que le habilitaban para desempeñar el primer beneficio que quedara vacante en la diócesis de Toledo.
Bajo la protección de uno de los clérigos más importantes del reino, el obispo de Sigüenza, -Pedro González de Mendoza-, fue nombrado capellán mayor de la catedral y más tarde provisor y vicario general de la diócesis seguntina.
En 1484, Gonzalo Jiménez de Cisneros decide retirarse al eremitorio de La Salceda, donde vistió el hábito franciscano, cambiando su nombre de pila por el de Francisco, en honor al fundador de la orden religiosa.
Más tarde, vemos a Fray Francisco como guardián del convento del Castañar, de donde, en 1491, pasó a la guardianía de La Salceda. Este convento, fundado por Pedro de Villacreces, sería uno de los pioneros de la reforma franciscana y uno de los centros más activos de la espiritualidad española.
El día 2 de junio de 1492, recomendado por el cardenal Mendoza, fue nombrado confesor de la reina Isabel, quien no tardó en confiar en su consejo. Intentó armonizar su nuevo oficio con su vida eremítica, poniendo como condición no residir en la Corte, sino en el convento más cercano.
Elegido vicario provincial de Castilla, en 1494 visitó la Custodia de Domus Dei de La Aguilera, como parte integrante de su provincia, y celebró Capítulo custodial en el convento de San Luis de Gormaz, el día de San Bartolomé Apóstol.

ALTOS CARGOS

Con la muerte, el 11 de enero de 1495, de Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo, empiezan a sucederse en Cisneros los más altos cargos de la Iglesia y del Estado. Así el 20 de febrero era nombrado nuevo arzobispo de Toledo y, después de medio año de resistencia, el 11 de octubre recibe la consagración episcopal en San Francisco de Tarazona.
A petición de la reina intervino en Granada, en 1499. Su polémica actuación se saldaría con la rebelión de los moriscos granadinos. Cuando, en 1504, moría la reina Isabel, Cisneros, desde Alcalá de Henares -donde fundó la Universidad-, reorganizaba la Misión de Indias y programaba la edición de la Biblia Políglota.
Tras la inesperada muerte del rey Felipe I El Hermoso en 1506 y la manifiesta incapacidad de la reina Juana, le tocó ejercer la gobernación de España durante un año, hasta el inicio de la regencia de Fernando el Católico.
Por su buen gobierno, el Rey le concede el capelo cardenalicio, que el Nuncio se lo impone en Mahamud (Burgos) el 17 de mayo de 1507, asignándole el título de Santa Balbina. Días después, el 5 de junio, a petición del rey Fernando, Cisneros fue nombrado inquisidor general para la Corona de Castilla.
El Cardenal siguiendo la política africana de los Reyes Católicos, promovió y sufragó económicamente, con los abundantes fondos de la Mitra de Toledo, la campaña de Orán de 1509, que culminó con la incorporación de la ciudad a la Corona de Castilla, y a la diócesis toledana hasta el siglo XVIII.
Muerto Fernando El Católico el 23 de enero de 1516, por una cláusula del testamente, Cisneros es nombrado de nuevo regente para gobernar la Corona de Castilla hasta la llegada del rey Carlos I que se hallaba en Flandes.
Entretanto hubo de enfrentarse a sublevaciones de nobles que deseaban recuperar la influencia perdida. Por otra parte, Francia presionaba sobre Navarra, los corsarios en el norte de África y los flamencos que acompañaban al joven rey trataban de influir en la política del país.

PASO POR ARANDA Y LA AGUILERA

Sabedor de que el nuevo rey había embarcado hacia España, en los primeros días de agosto de 1517, salió con la Corte desde Madrid al encuentro del nieto de los Reyes Católicos, pasando por su pueblo natal de Torrelaguna.
En Boceguillas, al parecer, se sintió súbitamente indispuesto, lo que dio lugar a la famosa leyenda de que había sido envenenado con una trucha. Es de suponer que su avanzada edad, por una parte, y el exceso de trabajo por otra, acabaron por agravar la ya quebrantada salud del Cardenal.
Hacia el día 15 de agosto llegó a Aranda de Duero y, también, dos días más tarde el Infante Don Fernando; pero con el fin de descansar y atender mejor su enfermedad, el día 12 de septiembre se trasladó al convento franciscano de La Aguilera, donde hay quien sostiene que tenía pensado retirarse.
Se instaló en una celda de la hospedería de religiosos dotada de gabinete y antesala y, postrado en cama, el 23 de septiembre, recibía la primera carta del rey Carlos, que había fechado el día 7 del mes. Por la misma le ordenaba que apartase de su hermano D. Fernando a ciertos familiares y sirvientes por sospechar que le incitaban a tomar decisiones equívocas. El joven obedeció de mal grado.

TRASLADO A ROA

Este y otros contratiempos iban minando la salud del Cardenal. Las lluvias otoñales y, más que todo, el emplazamiento en un valle del convento de Domus Dei, hacían que fuese frío, húmedo y nada indicado para un anciano ya enfermo.
Ante este obstáculo para su restablecimiento y temiéndose que en Aranda hubiese peste, acordaron los médicos trasladarle a la villa de Roa. El viaje se llevó a cabo el 17 de octubre de 1517.
Dado lo endeble de su salud, le pusieron en una cómoda litera, forrándole los pies y manos con guantes y polainas de pieles de cebellinas, y le abrigaron con suaves ropajes de armiño. A los pies colocaron un brasero de plata con ascuas de carbón de enebro, cuyos gases, según la opinión común, fortalecían el cerebro; para calentarle las manos le dieron un globo metálico, en cuyo interior había una plancha caliente.
En este punto es momento de describir a los más notables acompañantes del Cardenal que le siguieron en su último viaje hasta Roa:
• El infante D. Fernando, hermano menor del rey D. Carlos.
• El Corregente del Reino y Obispo de Tortosa, Adriano de Utrecht.
• El Consejo de Castilla, presidido por D. Antonio de Rojas, segundo Arzobispo de Granada.
• El Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez de Velasco.
• El Arzobispo de Burgos y los Obispos de Ávila y Almería.
• Los Duques del Infantado, Arcos, Nájera, Medina Sidonia, Astorga y Béjar.
• Los Marqueses de Villena, Vélez y Aguilar.
• El Conde de Coruña.
• Los consejeros de la Inquisición y de las Órdenes.
• El Adelantado de Cazorla.
Al día siguiente, 18 de octubre, fechaba ya las cartas en Roa, una vez instalado en el Palacio de los Condes (antiguo Palacio Real). Contra lo que podría creerse, el Conde de Siruela le recibió con recelo, pues temía que el infante D. Fernando le ocupase la fortaleza, aunque le tranquilizó el propio Cardenal.
Como una segunda leyenda, se ha hablado mucho de la existencia de una ingrata y desdeñosa carta redactada por el joven rey Carlos I, relevando al Cardenal de sus funciones y disponiendo su retiro donde gustase. Y que Cisneros murió del disgusto al leerla. Los estudiosos de su figura han llegado a la conclusión de que, en caso que se escribiera, Cisneros no pudo leerla, bien por no llegar a tiempo a Roa, bien por no serle entregada dado su grave estado.
Veinte días después, el 8 de noviembre de 1517 pidió un crucifijo y recibió el Viático de manos del Obispo de Ávila. Pronunció el versículo In te, Domine, esperavi (En ti, Señor, confié) y expiró. Contaba 81 años.
Dice la tradición que su cuerpo fue expuesto en la iglesia de Trinidad, donde fue velado por el pueblo y custodiado por miembros de la Cofradía de las Ánimas ataviados con capa y alabarba. Bien pudo ser así dado que por entonces la vieja Colegial gótica estaba siendo desmontada para levantar el templo actual.
El 15 de noviembre, Cisneros fue trasladado a Alcalá de Henares, siendo enterrado, tal como dispuso, en el Colegio de San Ildefonso.
En aquel momento estaba el Rey, recién llegado a España, en el también convento franciscano del Abrojo, cerca de Valladolid. Desde allí se trasladó, en 1518, a Aranda donde visitó la iglesia de Santa María La Real para ver la espléndida portada que mandaran construir sus abuelos. También celebraría aquel año la Semana Santa en el convento de La Aguilera.
A finales de 1922, al ayuntamiento de Roa acordó que la antigua Calle del Resbalo pasara a llamarse Calle del Cardenal Cisneros dado que “habiendo estado enterrado su cuerpo en la derruida iglesia de Trinidad y habiendo desaparecido ésta, era el único recuerdo que quedaba para perpetuar su memoria”.
Y en 1995, por iniciativa de la Asociación “Amigos de la Historia de Roa”, se erigió un busto en bronce del Cardenal en el paseo del Espolón. Es obra de la artista Ana Jiménez.